Queridos compatriotas:
Vengo a dar cuenta ante mis conciudadanos de la marcha de nuestro país. Un país que se transforma, que progresa y que, justamente porque quiere seguir progresando, se ha puesto metas cada vez más amplias.
Un país que se ha atrevido a iniciar cambios de fondo para dar oportunidades justas y equitativas a todos y apostar así por un verdadero desarrollo.
Estoy aquí con la convicción y el orgullo de quien ha recibido la misión de liderar transformaciones que no podían esperar más.
Con ese mismo orgullo, hoy le hablo a un Chile distinto y mejor al que pude ver hace tres o cuatro años, cuando recorrí el país como candidata o cuando mi Gobierno comenzaba.
Entonces encontré un Chile que luchaba por ser moderno, orgulloso de sus logros, dispuesto a preservarlos, pero con madurez suficiente como para enfrentar sus desafíos y dar un paso mayor en su trayectoria.
Un Chile con la frente en alto, pero también con tensiones e impaciencia. Un Chile de contrastes injustos, donde prácticas indeseables se volvían habituales; donde las debilidades en la economía y la política se convertían en un freno para el progreso y donde las buenas rachas no estaban siendo aprovechadas para el desarrollo.