En este mes de junio, un nuevo natalicio de Salvador Allende y la conmemoración de la República Socialista “de los doce días”, en 1932, nos han hecho valorar, una vez más, el inmenso valor que ha tenido para Chile y la lucha de las fuerzas populares la fecunda y vital existencia del Partido Socialista de Chile.
Lo decimos con orgullo, sin soberbia, pero con absoluta apego a los hechos, no hay área del desarrollo social donde no esté el protagonismo del socialismo chileno. En las luchas del campesinado por el derecho a la sindicalización y la reforma agraria, en la brega del profesorado y la intelectualidad por la educación pública y la extensión del arte y la cultura, en las movilizaciones obreras por la negociación colectiva, salarios decentes, trato justo y en contra de la prepotencia patronal, en la ardua tarea de los pobladores por una vivienda digna, en la reivindicación de la igualdad de género y el reconocimiento de la demanda feminista, en la formación de conciencia y la acción popular para crear las condiciones que permitieran la nacionalización del cobre y de las riquezas mineras del país.
En especial, ocupa un lugar fundamental en la lucha del socialismo chileno, la brega inclaudicable por el restablecimiento de la democracia en Chile, por el pleno respeto a los Derechos Humanos y el imperio de la verdad y la justicia mediante la restauración de la institucionalidad democrática. Esa lucha se inició con el sacrificio heroico del Presidente Allende y continuó con el coraje de miles de militantes, hombres y mujeres de todas las edades, en particular, prosiguió con el arrojo indoblegable de la dirección clandestina, dirigida por los compañeros Exequiel Ponce, Carlos Lorca y Ricardo Lagos Salinas. El socialismo chileno nunca se sometió ni dejó de remover cuanto estuviera a su alcance para poner término a la más feroz dictadura de la historia patria.
En el periodo de transición, el socialismo chileno apoyó y sustentó con un amplísimo respaldo electoral los gobiernos democráticos para consolidar el proceso de restablecimiento de la institucionalidad y derrotar la pretensión de tutela militar, tanto del dictador aún con una fuerte cuota de poder, como del bloque ultraconservador formado por gravitantes sectores de la derecha económica y política.
Hubo importantes avances, así como severas carencias en la lucha contra la desigualdad, las que hoy pesan en forma crítica en el juicio ciudadano sobre el balance de tan decisiva etapa histórica. En una etapa mundial de auge neoliberal, acentuada por el derrumbe de la experiencia soviética en 1991, en esas condiciones, naturalmente el proceso chileno no logró concretar el conjunto de transformaciones que eran necesarias para resolver tantos años de anhelos aplastados por la dictadura.
Sin embargo, las carencias del proceso democratizador no facultan a nadie para descalificar a quienes nos empeñamos en avanzar hacia un Chile mejor. Hoy se levanta una pretensión mesiánica inadmisible, la que solo aquellos llegados en la última década a la lucha social cuentan con la legitimidad para solicitar el respaldo ciudadano a sus propuestas.
Por cierto, con esa cobertura mesiánica se levantan aspiraciones personalistas y autoritarias que intentan catalogar de neoliberales a un conjunto de personas y organizaciones tratando de erigirse en jueces inapelables de la conducta y el esfuerzo político de quienes han luchado una vida entera por los ideales democráticos y socialistas. Jamás aceptaremos una pretensión antidemocrática como esa.
Hay grupos formados hace poco tiempo en que esa actitud injusta sería explicable por desconocimiento o afanes de afirmar su identidad, pero proveniente del Partido Comunista, estructurado dos décadas antes que el Partido Socialista, resulta ser una pretensión totalmente inaceptable. Por eso, levantamos nuestra voz como militantes de la izquierda chilena y como dirigentes que siempre hemos respetado la historia y la tradición del Partido Comunista de Chile.
En un nuevo ciclo histórico la democracia representativa atraviesa desafíos sin precedentes. En democracia hay que buscar la solución a esas carencias. Pero, la intolerancia y el sectarismo no es el camino, tampoco pretender deslegitimar a fuerzas políticas históricas del movimiento popular chileno e intentar reponer la idea qué hay un Partido que dicta lo que hacen los demás actores de la lucha social y política.
La pretensión de un partido “rector” fracasó y no hizo más que causar daño a la izquierda en muy diversas latitudes porque se tiñó de la pretensión totalitaria que solo una fuerza puede gobernar y dirigir el Estado y que los demás protagonistas del acontecer social son actores subordinados. De allí a dejar de lado el principio de alternancia en el poder solo hay un paso y, una vez que se da, conduce a muy negativas, penosas y vergonzosas prácticas autoritarias como las sucedidas en Nicaragua y Venezuela.
Hoy reiteramos con más fuerza que nunca que la urgente e indispensable transformación social, económica e institucional en Chile es un camino que debe transitarse en democracia, con pleno respeto a la evolución que la ciudadanía chilena vaya decidiendo en el marco del respeto irrestricto a los Derechos Humanos y al marco institucional soberana y legítimamente decidido por la ciudadanía.
Con esas ideas continuamos siendo orgullosos militantes del Partido Socialista de Chile, el partido en que militó toda su vida Salvador Allende.
Camilo Escalona Medina, expresidente PS
Osvaldo Andrade Lara, expresidente PS
Ricardo Núñez Muñoz, expresidente PS